Todos hemos sido niños (algunos aún lo somos) y recordamos cómo eran nuestros profesores. Algunos eran divertidos, otros aburridos; algunos duros, otros blandos; algunos exigentes y otros no. Fueran de una manera u otra, recordamos muy bien con cuáles aprendimos cosas y con cuáles no. Es decisión nuestra, como profesores, pertenecer a un grupo o a otro.
Tengo la impresión de que muchos de los que leéis los artículos de Bufa sois profesores, algunos estáis estudiando grado superior y otros habéis acabado recientemente o hace años. Si alguno de vosotros piensa que es demasiado bueno para estar dando clases, o que no tiene por qué soportar a sus alumnos que no estudian, recomendaría que lo dejara. No se puede estar jugando con la educación de un niño (y con más razón si pensáis que lo de enseñar flauta es una chorrada). Todos sabéis que la gran mayoría de los alumnos que tendremos no se convertirán en flautistas profesionales... muchos empiezan y pocos acaban. Y todos estaréis de acuerdo en que una de las muchas cosas que enseña la música es a ser autoexigente y superar pequeños retos semana a semana. Entonces, ¡esta es nuestra principal función!
No pretendáis que todos los alumnos que tenéis tengan que seguir el mismo ritmo y que tengan que hacer la prueba de acceso a superior, ya que algunos tienen vocación musical y otros muchos no. Pero sí que hay que exigir que el alumno pueda tocar la flauta tan bien como pueda. No tienen que aprender a esquivar las dificultades. La vida plantea muchas adversidades y la flauta, si es que fuera un problema, sería un problema tan minúsculo, que no hay que dejarlos que se rindan.
La música es talento, sí; pero también mucho trabajo. Y la cultura del trabajo está en crisis desde hace muchos años.
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